Tras
esa ruptura, Marta marchó de viaje a Italia donde estuvo algún
tiempo, pues no podía con la situación. Roberto, ilusionado con su
futura paternidad, se centró en su matrimonio. Era muy consciente de
su hastío, de que la relación con Lidia, su mujer, había entrado
en vía muerta, por mucho empeño que le pusieran en convencerse de
que habían superado una crisis, otra crisis. Lo único que tenían
en común nacería en unos meses.
Marta
no era solo sexo. Aunque en su caso era cierto el comentario que le
había oído a su madre, encontraba en ella lo que no tenía en casa,
entre las dos formaban la mujer ideal. Pero no era sólo sexo. Lidia
estaba demasiado ocupada en ser perfecta, en compaginar su papel de
alta ejecutiva y de esposa. En planificar la vida de ambos, el tiempo
libre, tener un hijo... No recordaba la última vez que fueron al
cine, o que ella estuviera esperándolo al salir de una guardia, ni
que fuera a verle a cualquiera de sus destinos. Pero era el único
culpable. Él solito se había cargado su matrimonio. Nunca debió
casarse. Y nunca debió recoger a Marta de aquella parada de autobús.
Acostarse con ella no fue su objetivo en ningún momento. Marta era
la hermana de Jorge, el mejor amigo de su hermano, la hija de unos
amigos de sus padres, y vecinos en la casa de la playa, y además
Charly estaba loco por ella. Llovía y estaba allí, esperando al
autobús con la frescura de sus veinte años. No era guapa, pero
tenía un cuerpo de escándalo y un rostro atractivo. No se conocían
mucho, él tenía ocho años más y no compartían demasiadas cosas.
La siguiente vez que se vieron coincidieron en un bar de copas, él
estaba con Lidia y unos amigos, y no podía dejar de mirarla, en la
distancia sintió como ella bailaba para él, cómo le provocaba. Fue
sintiéndose atraído poco a poco. Era una joven muy sensual, en eso
estaba de acuerdo con su madre.
Nunca
se planteó una relación , sus encuentros fueron surgiendo
propiciados por él, y porque compartían algunas aficiones y
deportes que no dudaron en practicar juntos. Ella pronto quiso más y
lo pidió con toda naturalidad. Aunque le halagó sentirse y saberse
deseado, tenía novia. Nunca le haría nada que no quisiera que le
hicieran a él, aunque Marta le gustaba, era divertida, le hacía
sentir bien, despreocupado. Era muy consciente de la edad de ella, de
que a su hermano le gustaba mucho, aunque a ella, él no le gustara
nada, y aunque sexualmente le atrajera, les unían demasiadas cosas
para estropearlo por la inmediatez de un encuentro sexual. Nunca
pensó que se enamoraría de ella. Fue ocurriendo poco a poco. Supo
entonces que lo mejor de Marta era su carácter, su forma de ser, y
que no podría vivir sin ella, sin hablar, sin oír su voz, sin su
olor. ¡No podía ser cierto! Estaría obsesionado, pero nunca
enamorado, ya tenía una novia con la que se casaría en breve. Quiso
distanciarse, pero no pudo. Habló con ella, le contó lo que sentía,
y que necesitaba alejarse, pero no pasó más de una semana sin
volver a verla.
Por
lógica, la relación con Lidia estaba en crisis, ella lo achacaba al
miedo que sentía ante la inminente boda, sin embargo, Roberto temía
a sus propios sentimientos. Entonces un involuntario cambio de
destino volvió a propiciar un alejamiento. Él, marchó a Tenerife,
ella a Londres. Agradeció la distancia, ni siquiera se despidieron,
no hubo tiempo.
Durante
esos meses, reeducó sus sentimientos, se convenció de que era algo
pasajero. Hasta que volvió. En un intento desesperado de demostrarse
a sí mismo que se trataba de un capricho, cruzó la línea. Solo
faltaba una semana para el día de su boda, y fue en su busca y en la
de aquello que llevaba tanto tiempo deseando. Y todo se complicó aún
más, porque fue mejor de lo que esperaba, porque quería más y no
podía apartarla de sus pensamientos. Y sin embargo no volvió a
verla, ni a hablar con ella ni por teléfono. Tenía que casarse y no
quería. No es que pensara abandonarlo todo, pero Marta había puesto
definitivamente su vida patas arriba, sembrando la duda y el
desconcierto.
Fue
una semana larga y difícil. Cedió a las presiones haciendo caso
omiso a los consejos de su padre. Se prometió olvidarla y aunque no
lo consiguió, supo que mientras no se vieran controlaría la
situación.
Hubiera preferido poder hablar con ella, explicarle lo que ocurría,
que supiera que le tendría cuando quisiera, pero los acontecimientos
le superaron. Era una persona mentalmente fuerte, y por su profesión
especialmente entrenado para ello, equilibrado, y en algunas
ocasiones frío, supo mantener su recuerdo alejado. Con el tiempo
pasaría a ser una anécdota. Pero era muy consciente de que la había
hecho mucho daño y no podía olvidarse de ello tan fácilmente.
Cuando
le convocaron al curso en Alemania, tuvo la sensación de que
hicieran lo que hicieran ellos, había alguien empeñado en unirles.
Fue allí donde pudieron hablar, explicar como se habían
desarrollado los acontecimientos, pedirle perdón, y jurarle amor
eterno. Marta lloró en sus brazos quemando el dolor que había
sentido durante ese tiempo, buscando consuelo, y suplicándole no la
dejara jamás. Aunque nunca le pidió que abandonara a su mujer,
algunas veces, cuando la miraba observaba en ella cierta expresión
de reproche. Mantener una doble vida le exigía un desgaste que no
tardaría en pasar factura. Nadie sospecharía nunca que fuera capaz
de jugar a dos bandas, le avalaba una reputación de joven serio y
responsable. Y siempre supo que no dejaría a Lidia por ella, al
menos mientras le diera tanto espacio libre para poder maniobrar. El
cansancio les llevó a la ruptura. Una ruptura que él creyó
definitiva. Además, su mujer estaba embarazada. Iba a tener un hijo,
por ello merecía la pena intentarlo.
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