viernes, 15 de julio de 2016

3- Todo bajo control

Tras esa ruptura, Marta marchó de viaje a Italia donde estuvo algún tiempo, pues no podía con la situación. Roberto, ilusionado con su futura paternidad, se centró en su matrimonio. Era muy consciente de su hastío, de que la relación con Lidia, su mujer, había entrado en vía muerta, por mucho empeño que le pusieran en convencerse de que habían superado una crisis, otra crisis. Lo único que tenían en común nacería en unos meses.
Marta no era solo sexo. Aunque en su caso era cierto el comentario que le había oído a su madre, encontraba en ella lo que no tenía en casa, entre las dos formaban la mujer ideal. Pero no era sólo sexo. Lidia estaba demasiado ocupada en ser perfecta, en compaginar su papel de alta ejecutiva y de esposa. En planificar la vida de ambos, el tiempo libre, tener un hijo... No recordaba la última vez que fueron al cine, o que ella estuviera esperándolo al salir de una guardia, ni que fuera a verle a cualquiera de sus destinos. Pero era el único culpable. Él solito se había cargado su matrimonio. Nunca debió casarse. Y nunca debió recoger a Marta de aquella parada de autobús. Acostarse con ella no fue su objetivo en ningún momento. Marta era la hermana de Jorge, el mejor amigo de su hermano, la hija de unos amigos de sus padres, y vecinos en la casa de la playa, y además Charly estaba loco por ella. Llovía y estaba allí, esperando al autobús con la frescura de sus veinte años. No era guapa, pero tenía un cuerpo de escándalo y un rostro atractivo. No se conocían mucho, él tenía ocho años más y no compartían demasiadas cosas. La siguiente vez que se vieron coincidieron en un bar de copas, él estaba con Lidia y unos amigos, y no podía dejar de mirarla, en la distancia sintió como ella bailaba para él, cómo le provocaba. Fue sintiéndose atraído poco a poco. Era una joven muy sensual, en eso estaba de acuerdo con su madre.

Nunca se planteó una relación , sus encuentros fueron surgiendo propiciados por él, y porque compartían algunas aficiones y deportes que no dudaron en practicar juntos. Ella pronto quiso más y lo pidió con toda naturalidad. Aunque le halagó sentirse y saberse deseado, tenía novia. Nunca le haría nada que no quisiera que le hicieran a él, aunque Marta le gustaba, era divertida, le hacía sentir bien, despreocupado. Era muy consciente de la edad de ella, de que a su hermano le gustaba mucho, aunque a ella, él no le gustara nada, y aunque sexualmente le atrajera, les unían demasiadas cosas para estropearlo por la inmediatez de un encuentro sexual. Nunca pensó que se enamoraría de ella. Fue ocurriendo poco a poco. Supo entonces que lo mejor de Marta era su carácter, su forma de ser, y que no podría vivir sin ella, sin hablar, sin oír su voz, sin su olor. ¡No podía ser cierto! Estaría obsesionado, pero nunca enamorado, ya tenía una novia con la que se casaría en breve. Quiso distanciarse, pero no pudo. Habló con ella, le contó lo que sentía, y que necesitaba alejarse, pero no pasó más de una semana sin volver a verla.
Por lógica, la relación con Lidia estaba en crisis, ella lo achacaba al miedo que sentía ante la inminente boda, sin embargo, Roberto temía a sus propios sentimientos. Entonces un involuntario cambio de destino volvió a propiciar un alejamiento. Él, marchó a Tenerife, ella a Londres. Agradeció la distancia, ni siquiera se despidieron, no hubo tiempo.

Durante esos meses, reeducó sus sentimientos, se convenció de que era algo pasajero. Hasta que volvió. En un intento desesperado de demostrarse a sí mismo que se trataba de un capricho, cruzó la línea. Solo faltaba una semana para el día de su boda, y fue en su busca y en la de aquello que llevaba tanto tiempo deseando. Y todo se complicó aún más, porque fue mejor de lo que esperaba, porque quería más y no podía apartarla de sus pensamientos. Y sin embargo no volvió a verla, ni a hablar con ella ni por teléfono. Tenía que casarse y no quería. No es que pensara abandonarlo todo, pero Marta había puesto definitivamente su vida patas arriba, sembrando la duda y el desconcierto.
Fue una semana larga y difícil. Cedió a las presiones haciendo caso omiso a los consejos de su padre. Se prometió olvidarla y aunque no lo consiguió, supo que mientras no se vieran controlaría la situación.
Hubiera preferido poder hablar con ella, explicarle lo que ocurría, que supiera que le tendría cuando quisiera, pero los acontecimientos le superaron. Era una persona mentalmente fuerte, y por su profesión especialmente entrenado para ello, equilibrado, y en algunas ocasiones frío, supo mantener su recuerdo alejado. Con el tiempo pasaría a ser una anécdota. Pero era muy consciente de que la había hecho mucho daño y no podía olvidarse de ello tan fácilmente.

Cuando le convocaron al curso en Alemania, tuvo la sensación de que hicieran lo que hicieran ellos, había alguien empeñado en unirles. Fue allí donde pudieron hablar, explicar como se habían desarrollado los acontecimientos, pedirle perdón, y jurarle amor eterno. Marta lloró en sus brazos quemando el dolor que había sentido durante ese tiempo, buscando consuelo, y suplicándole no la dejara jamás. Aunque nunca le pidió que abandonara a su mujer, algunas veces, cuando la miraba observaba en ella cierta expresión de reproche. Mantener una doble vida le exigía un desgaste que no tardaría en pasar factura. Nadie sospecharía nunca que fuera capaz de jugar a dos bandas, le avalaba una reputación de joven serio y responsable. Y siempre supo que no dejaría a Lidia por ella, al menos mientras le diera tanto espacio libre para poder maniobrar. El cansancio les llevó a la ruptura. Una ruptura que él creyó definitiva. Además, su mujer estaba embarazada. Iba a tener un hijo, por ello merecía la pena intentarlo.

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