¡Qué
no! ¡Qué no es lo que parece!- Le repetía a su hermano
insistentemente- Deja de parlotear y escúchame- Finalmente consiguió
que se sentara junto a él. El yeso que inmovilizaba su pierna
derecha le ocasionaba unos picores insoportables y mucha incomodidad.
Intentó cambiar de postura rehuyendo la mirada.- ¿por qué estas
tan enfadado? ¿Qué quieres que te cuente? Yo estaba inconsciente.
Apenas recuerdo el accidente. Sé que me hablaban e intentaban que no
me durmiera, pero yo solo quería irme, algo o alguien tiraba de mí.
Era una sensación placentera, como si una nebulosa brillante me
envolviera, y lo siguiente fue verme en un hospital luchando por
mantenerme despierto. Se, por vosotros, que entre un momento y otro
transcurrió una semana. Pero no, yo no os oí a ninguno, ni sentí
que me tocarais, no tengo recuerdos de ese periodo. Una vez estuve
despierto, si recuerdo las pesadillas, y la inquietud, y el miedo a
no poder volver a ser el mismo.
-
Pues nada te hacía reaccionar, y aunque los médicos opinaban que el
estado de inconsciencia sería transitorio, no podían estimar
cuanto tiempo duraría.
Lo
peor fue que ocurrió estando tu novia presente. Marta vino a verte.
Como las visitas eran limitadas y dado que tu novia no cedía su
sitio a ninguno, fue mamá quien una vez más lo hizo. Mientras, yo
hablaba con los médicos. Dicen que solo se acercó a tu cama y te
tocó la cara, pero lo cierto es que tu pulso cardíaco se aceleró
hasta tal punto que hizo saltar las alertas. A pesar del susto, era
bueno lo ocurrido, pero durante el día y medio restante por mas que
te tocábamos y besábamos no se apreció reacción alguna por tu
parte. Tu novia se desesperaba, te hablaba dulcemente, te susurraba
al oído... pero nada.
No
había coágulo, ni daño cerebral gracias a que llevabas el casco,
tu inconsciencia era una manera de autoprotección, un mecanismo de
defensa frente a una situación postraumática. Podías volver en
cualquier momento, o no. Marta volvió a petición del médico y fue
alucinante. Se acercó a ti para que respiraras su olor, te besó en
la mejilla y en los labios, y te mordió el lóbulo de la oreja, y
aunque la máquina volvió a sonar el médico quiso que siguiera. Era
tu organismo el que reaccionaba, te movías agitado, transpirabas y
la sujetaste la mano. Ella te habló quedamente, sin soltarse y te
fuiste tranquilizando. El médico dijo que tuviste una erección... A
las pocas horas despertaste preguntando por ella.
¡Claro
esta! Por mucho empeño que puse en explicar que Marta es una amiga
de la familia, que nos conocemos desde pequeños, resulto poco
creíble. A todos nos quedó claro qué te ponía, y como te ponía...
ni tu propia novia.
-
Ya, y eso te ha dado pie a pensar que entre Marta y yo hay algo,
¡pero si estaba inconsciente!
-
¡La conociste!, Y no hablas con mamá, ni con tu novia, sino
conmigo, no hace falta que te excuses, te recuerdo que soy médico y
que lo presencié.
-
Actualmente entre Marta y yo no hay nada, bueno si, recuerdos, buenos
y no tan buenos, pero no he vuelto a verla desde el duelo por la
muerte de su padre.
-
¿esos recuerdos no tan buenos son la causa de que no volviera a
verte?
-
Imagino que no querría provocarme un infarto. Imagina que plan...
sobrevivo a un accidente de moto y la palmo por un calentón. -
Ironizó.
-
¡Qué frívolo eres!
- ¿Y
qué quieres qué diga? Desconozco qué sucedió, estaba
inconsciente.- Repitió nuevamente.
- Si
eso esta claro, pero antes, has dicho que actualmente no hay nada...
- No
quieras saber... Te vas a enfadar mucho... No te lo contaré... Fue
hace mucho tiempo. Además no te importa. Fue una historia muy
íntima- Había conseguido intrigarle pero no tenía intención de
contar más, y así se lo dio a entender cuando le pidió un
analgésico.
- No
puede dolerte la pierna.
-
Pues me duele.
- No
tiene por qué. Estas huyendo.
- Me
duele, y me pica, y me pone nervioso...
-
Intenta dormir- Dijo acompañándole a su habitación- Terminarás
acostumbrándote a los somníferos.
- Si
es que éste calor... y los picores no me dejan descansar.
-
¿Por qué no ha vuelto? Eso si me lo puedes contar.
-
Debiste casarte con ella. - Ignoró la pregunta de manera
intencionada.
-
¡Claro, y ahora tendríamos mujer los dos!
-
¡Dame una pastillita de esas por favor! Necesito dormir y no pensar.
-
¿Estas intentando huir?- Busco los ojos de su hermano que esta vez
no le rehuyó la mirada. ¿Qué ocultaba? ¿Qué había tras esa
expresión burlona, tras esa mirada brillante?- Ella nunca se hubiera
casado conmigo.
- Si
ni siquiera intentaste salir con ella, y no será que te lo dije
veces.
- Es
la hermana de un colega.- La mirada escéptica de su hermano le hizo
sonreír.- A ti eso te da igual.
-
Tienes razón, ella nunca saldría contigo... mirándote bien, no
eres su tipo.
- ¿Y
tu sí?
- Si
lo fuera no iría a verme al hospital como una furtiva.
-
¿Resentimiento?
-
No, ya no.- Se movió inquieto.
- No
me pidas otra pastilla, no te la voy a dar. Charlemos hasta que te
duermas.
-
Entonces cambiemos de tema.
-
¿Qué pasa, este no te gusta?
- No
mucho la verdad.
Ahora
su mirada se había tornado fría y distante perdida en algún punto
de la habitación que durante muchos años compartieron.
- No
es lo que te imaginas.
-
Ya, eso ya lo has dicho. Según tu, no te enrollaste con ella, no, es
otra cosa.
Parecía
ausente, perdido en sus pensamientos. Cerró los ojos y se durmió, o
se hizo el dormido...
- La
he querido más que a mi propia vida- Confesó casi en un susurro,
sin abrir los ojos- Jamás he hablado de ello con nadie, y no sé si
sabré hacerlo de manera ordenada.
-
Pero ¿de cuando me estas hablando? Porque Marta es mucho más joven
que tú... - Su hermano tenía razón, no estaba preparado para saber
lo sucedido.
-
Hace mucho. El año que me casé. Ahí empezó todo. Tu no estabas,
Jorge tampoco. Durante ese año Marta y yo habíamos coincidido
varias veces en diferentes lugares. Un día que llovía pasé por la
parada del autobús, ella estaba allí, la recogí. Fuimos a tomar un
café y por primera vez le di plantón a mi novia. Consciente o
inconscientemente, no lo sé, empecé a provocar encuentros, a
buscarla. Íbamos a jugar a billar, la enseñé a saltar en
paracaídas... Cualquier cosa qué hiciéramos juntos resultaba
excitante. La relación con Lidia iba de mal en peor y comencé a
dudar. Entonces me cambiaron el destino y Marta a su vez marchó a
Londres. Nos distanciamos. En ningún momento cruzamos la línea.
Hasta ese momento yo llevaba el control de la situación y aunque
ella provocaba y disfrutaba con alguna que otra situación
comprometida, no habíamos pasado del beso en la mejilla a modo de
saludo. Yo volví, ella también. La busqué desesperadamente.
Faltaba una semana para mi boda. Vosotros organizasteis una fiesta de
despedida de soltero.
Desaparecí
y fui en su busca con una sola idea en mente: despedirme. Perdí el
control. Me gustó, me gustó mucho. Pasamos juntos la noche y parte
del día siguiente.
En
un acto de valentía temeraria hablé con Lidia, no le conté quién
era si que existía otra persona, que tenía dudas, muchas, y que no
sabía si deberíamos casarnos... ¡Y entonces exploto! Ella habló
con su padre, que a su vez habló con el nuestro...
Esta
es otra cosa que no sabes, hace mucho tiempo sorprendí a papá con
su amante. Nunca me atreví a decírselo a mamá, pero mi relación
con él cambió. Radicalmente. Es genético. Yo estaba haciendo lo
mismo que él, “eso” que tanto había repudiado y condenado, y
que jamás pude perdonarle. No podía casarme.
Pero
¿cómo iba a hacerle eso a la hija de su socio? Jamás me lo
consentiría. Le conté la verdad ocultando la identidad de la “otra”
y no se inmutó. Me aconsejó mantener las dos relaciones, debía
casarme como estaba planeado y seguir con mi vida. Me presionó,
amenazó, chantajeó hasta que me di por vencido. Me casé como
estaba previsto y no volví a ver a Marta, por supuesto ella faltó a
la boda, no así sus padres y tu amigo del alma.
No
le di explicación alguna, y eso me dolía, porque no quería que
ella se confundiera y formara una idea equivocada... Deseaba que
supiera lo importante que era para mí y que podía contar conmigo
para lo que necesitara... Estaba preocupado, ella era muy joven y yo
la había hecho mucho daño sabiendo desde el principio que las cosas
iban a ser así, que no podían ser de otra manera porque yo carecía
del valor necesario para romper con todo y enfrentarme a papá...
bueno, y a mamá, que también tendría mucho que decir.
Como
el mundo de Marta y el mío pertenecían a universos distintos, si no
provocábamos un encuentro no coincidiríamos nunca. Ella con su
manía de viajar y aprender idiomas... Yo sabía que huía.
Entonces
me enviaron a Berlín a un curso y ella estaba cerca, y mamá
insistió: “Tienes que llamarla, fíjate allí sola, tan joven,
quizá necesite algo...” Su madre me dio, creo que fue un cheque y
su dirección... Al fin y al cabo éramos como hermanos, añadieron.
El
primer día libre que tuve, alquilé un coche y fui a buscarla. Tenía
muchas cosas que contarle, deseaba profundamente tenerla cerca. Vivía
en una residencia de estudiantes. La encontré distinta porque ya no
la miraba con los mismos ojos. Aunque le habían dicho que estaba
allí, no confiaba que me atreviera a ir a verla. Parecía
sorprendida y algo incómoda. No sabía que decir. Estábamos en un
Café, uno junto al otro sin hablar, sin mirarnos, y entonces ella se
volvió hacia mí y sonrió, y yo me relajé, el ambiente se
distendió y lo tuve todo claro.
Estuvimos
juntos un año, hasta que se enteró de que Lidia estaba embarazada.
Como si hubiera olvidado que yo era un hombre casado me castigó con
toda la furia que los celos le permitieron. Si algo tiene Marta, es
que es capaz de sacar lo mejor y lo peor de mí. Y en esa ocasión no
estuve acertado. La hice ver que era tan responsable como yo de la
situación a la que habíamos llegado. Ella me regaló el que a
partir de ese momento sería su calificativo favorito: cobarde. Y
tenía razón, pero me era indiferente. Estaba cansado, y solo quería
perderla de vista. Bastantes problemas tenía ya como para que ella
comenzara a crear otros. Me largué y comenzó para mí la etapa más
tranquila de toda mi vida. Realmente estaba enfadado con ella por
creerse con derecho a pedir explicaciones y a exigir. Por eso no me
permití echarla de menos. Me auto convencí de que era sexo. Sólo
sexo. Bueno, muy bueno, pero solo sexo. Mi relación con Lidia... era
más completa.- Rió burlón buscando con la mirada a su hermano
pequeño que estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la
pared intentando asimilar cuanto escuchaba.
- ¿Ahí terminó
todo?- Preguntó suavizando el tono para no dar a entender la
confusión que sentía, después de un instante de silencio.
- ¿Estas bien?-
Pregunto extrañado.
- Todo lo bien
que se puede estar después de descubrir que tu hermano se ha estado
pijando a la chica que te gustaba.- Atacó.
- Te advertí que
no te iba a gustar saberlo
- ¡Capullo! ¿Y
por qué no te acordaste de mi cuando fuiste a por ella?
Si era una cría.-
Se lamentó.
- No tan cría.
- Ya te encargaste
tú de que aprendiera.
- No te enfades
conmigo por hacer lo que tú nunca te atreviste...
- No me diste
opción.
- ¡Venga ya! Pero
si os creíais que era lesbiana porque nunca la visteis con un tío.
- Eso fue una
broma
- Estoy seguro de
que a Marta le divirtió mucho saberlo.
-
Mira paso, no te aguanto- Dijo poniéndose en pie.
-
Charly- Le llamó.- Lo siento. No te enfades
Al
oírles gritar, su madre irrumpió en la habitación de forma
inesperada recriminándoles su actitud. Ambos hermanos se miraron
sorprendidos.
- Ha
llamado Marta. – Dijo mirándoles inquisitoriamente.
-
Sois unos egoístas.
- Te
has pasado todos estos años negándola- añadió dirigiéndose a su
hijo mayor- y en un acto de generosidad absoluta, arriesgándose a
quedar descubierta, te devolvió a la vida. Aún no la has llamado
dándole las gracias.
- Y
tú, que tanto te preocupas por ella - Era el turno del pequeño-
¿sabrías decirme qué pasó con ella después? ¿La viste salir?
¿Te interesaste por su estado al menos como médico ya que como
amigo te preocupan otras cosas? Porque para ella no fue agradable. Ni
siquiera tuviste la precaución de hacerlo cuando estuvierais solos,
y no con todos nosotros presentes. Pudo negarse, y no lo hizo.
-
¿Qué sabes de todo esto, mamá? ¿Has estado escuchando tras la
puerta? – Preguntó Roberto.
-
Que en todos estos años la única vez que te he visto sin esa
expresión distante y cínica en tu rostro fue en el hospital,
después de que ella se hubiera ido. Ni el nacimiento de tu hija
alejó de ti esa mirada fría y huidiza. Eres escurridizo como un
pez, y no serás nunca feliz si sigues mintiéndote.
- De
verdad que no sé cómo aún os habla. Bueno a Charly, a ti, y muy a
pesar suyo, sólo te ama. – Sentenció mirando fijamente a su hijo
mayor.
Y
salió de la habitación dejándoles perplejos y en completo
silencio.
Me gusta mucho. Estoy muy impaciente por continuar.
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